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El oficio de ser un mal tío

  • Alfonso E. Bocanegra Gamboa
  • 12 ago 2016
  • 5 Min. de lectura


Me gradué hace 21 años, mientras dormía y soñaba con unicornios color de rosa navegando por el océano, era un poco más de la medianoche y solo atiné a bostezar y seguir durmiendo.


La noticia de mi primera sobrina llegó cuando aún no tenía razón (o quizá si la tenía solo que no la usaba), acababa de cumplir siete años y mi mayor preocupación en la vida era responderme por qué no me gustaba el fútbol (en realidad en aquel tiempo no me gustaba nada).


Recuerdo que meses antes mamá lloraba mucho, su apariencia había cambiado de tal forma que me preocupaba (aunque aún no sabía ni siquiera que era estar preocupado) si es que le iba a pasar algo por los tantos kilos que había perdido, pero esa noche fue diferente, su aspecto desde temprano había cambiado, estaba andando de aquí para allá con brebajes extraños que tenían la capacidad de generar en las personas movimientos aleatorios en el estómago.


Yo seguía durmiendo y ella había nacido.


No tengo un buen recuerdo de aquella bebé, solo sé que como todos los bebés era muy fea, todos los bebés son muy feos, terriblemente feos, extremadamente feos, parecen pequeños pedazos de carne mal sazonados, débiles por naturaleza y horrorosos por normalidad, esta bebe no era la excepción. La cargué una vez en mis brazos, me dio miedo cargarla porque quizá se iba a romper, no lo recuerdo porque quiero, lo recuerdo por una foto que se ha quedado prendida en mi memoria (y en el álbum de fotos de mamá)


A nadie le enseñan a ser padre, así como a nadie le enseñan a ser hijo, en realidad, creo que a nadie le enseñan a ser nada, uno tiene que arreglárselas, salir a jugar su pelota en la vida, hacer sobre la marcha y equivocarte como un loco para aprender también como un loco.


El colegio no es una escuela de saberes en donde solo te enseñan a decir la tabla, memorizar fechas o escribir las nomenclaturas de los elementos químicos que vienen en una tabla abismal, es un pequeño mundo que enseña a ponerle ganas a la vida aunque resulte siempre jodida.


A mí no me enseñaron a ser tío, creo que me gradué muy joven, no sabía ni siquiera cruzar la calle y ya tenía que ser tío, por eso, ese oficio que me ha sido esquivo, lo comencé a afrontar con todas las desventuras que me dio la vida, llevando otra carga un par de meses después de haberme graduado, me tocó volver a ser tío y decir: ¡Carajo, uno no termina de aprender y ya le lanzan otra tarea!


Por obvias razones no hice la tarea, salí jalado en mis dos primeras pruebas sin saber que iban a venir cinco más de las cuáles creo que si es que pudiera ponerme una nota me pondría un 10.5 con medio punto a favor del alumno.


Salí a pasear con alguno de ellos a un parque, porque no tenía dinero (nunca tengo dinero en realidad) dejé varado en un juego a uno mientras yo paseaba más allá, prometí unas cuantas cosas a otro, y por su puesto como buen “mal tío” no lo cumplí y no recuerdo muy bien las fechas de cumpleaños de unos cuantos, no por malo, sino por olvidadizo, que es algo más o menos parecido a la idiotez solo que con menos chispa.


Cada vez me que toca conversar con ellos me muero de miedo, me orino, me cago un poquito en los pantalones, no sé, en mi caso la sangre no jala a la sangre, en mi caso la repele, tengo miedo decirle cosas extrañas que no van a entender o que se me escape un ataque de sinceridad como todo mal tío (o mala persona) tiene, me es escaso el léxico cuando de familia se trata.


Los veo de lejos cuando comienzan a cumplir sus objetivos y siempre sonrío, me divierte saber que alguien de la familia va haciendo que nuestro pecho se hinche por tener cada vez más gente victoriosa con nuestra sangre, pero callo, por cobarde, callo, porque no me gusta elogiar a los otros, porque el acto del elogio es un argot que se ha inventado para que el otro se calle pensando (erróneamente) que eres mejor qué él, en realidad cuando le das la espalda atraviesa el puñal.


Me alegra verlos de lejos, siempre he pensado que las cosas hermosas se miran así y si es posible no mirarlos, mejor. No les he escrito cartas, no les digo que necesito, ni les publico cosas en el Facebook, pero siempre estoy pendiente de ellos, pensando antes que ellos lo que ellos piensan de mí, es muy fácil saberlo porque todos piensan lo mismo, alegrándome porque los veo juntos, porque salen, porque tienen una hermosa familia y porque son personas de bien y eso es suficiente para vivir.


No sé ni aprenderé a ser un buen tío, porque nunca me lo enseñaron y juro que he buscado maneras de ser mejor pero no lo he encontrado, solo me he reservado el derecho de opinar sobre sus vidas, porque creo que nadie tiene ese derecho, cada uno forja su futuro y se faja en él, si se cae se levanta y si se vuelve a caer se volverá a levantar.


No quiero que me recuerden como un buen tío porque no lo soy, pero yo si quiero recordarlos como unos grandes sobrinos porque cada uno son tan diferentes, pero también tan iguales a sus madres a las cuáles tengo el agrado de conocer y a veces también de desconocer.


Me fascina la idea de saber que si alguna vez se me ocurre tener una hija (porque tendré puras hijas, no tendré hijos y lo juro) será la más querida de todos y tendrá entre ellos a 5 guardianes que la cuidarán y a 2 señoritas que le ayudarán a crecer fuerte, valiente, luchadora y revolucionaria como su abuela. No me tendré que preocupar de nada, porque cuando mi hija tenga más edad, el mundo será muy distinto a como es ahora y a como era en los tiempos en donde me obligaron a ser tío, ellos siete (si es que no vienen más) lo conocerán mejor que yo y serán unos buenos primos, curando tal vez la desdicha extraña de haberme tenido como tío o queriendo aliviar un poco la dicha de tener a una bebé que recién empieza a vivir entre sus brazos.


Siempre pensaré que fui un mal tío. Pero en el ir y venir que es esta vida siempre existirá (y esperemos la suficiente) vida para decir que podemos volver a empezar, menoscabar los errores y pensar que podemos por qué no salir a pasear por allí (un poco más allá del parque), meternos a un bar con los más grandes y escuchar canciones con buen contenido y que no solo diviertan, jugar como niños con los más pequeños y me sonrían de lado para saber que aquí tienen a alguien como ellos, que los vio desde aquellas noches en donde nos enteramos, no de la más esperada, pero sí de la más aclamada manera que sus presencias estaban en los vientres de sus madres.


Hay alguien aquí que los mira de lejos, un poco más de lejos de lo que ustedes creen de repente, queriéndolos un poco más de que lo ustedes imaginan tal vez, lo suficiente como para decir que esta noche un poco más oscura que la anterior están en mi cabeza, en mi corazón y seguramente cuando la muerte toque estos lares también estarán por aquí, más allá de donde queda la vida, en mi alma.


Me reservo el derecho a decir que ustedes me quieren.

 
 
 

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