En el corazón de Las Garzas
- Alfonso E. Bocanegra Gamboa
- 20 ago 2016
- 5 Min. de lectura

Toco el timbre, entro corriendo porque siempre estoy en el limbo de la tardanza, diremos que es por joda, diremos que es por euforia, pero siempre me gusta jugar con el reloj, deshacer sus manecillas y salir a la hora justa de la casa, sabiendo que en Lima el tránsito es como la vida y las pasiones amorosas: demasiado imprevisibles.
La combi de la mañana es fría y me nubla la mente intentar leer, la radio suena a ajíes con picante, buscan la noticia en donde no hay noticias y encuentran los espectáculos en donde ya los hay, cruzo la “pista de las angustias” (así es como llamo a la carretera Ramiro Prialé) esquivo un par de carros y un tractor, corro por el polvo amarillo de soledad hacia una moto, saludo al conductor, ya sabe a dónde voy, intento decirle que vaya lo más rápido posible pero me avergüenzo, tengo solo dos minutos para pasar por todos los pájaros que aquí son calles y llegar al corazón del pájaro final, al corazón de Las Garzas.
Respiro hondamente, estoy adentro, miro a mis alrededores, saludo a muchas personas, algunas me saludan, no tengo porque decir nada más, porque mi mirada dice lo feliz que estoy aquí, un bostezo me hace recordar que tengo sueño, respiro hondo, me desmayo un poco antes de subir las escaleras y me doy cuenta que no podría vivir una mejor vida de la que ya estoy viviendo, en resumen, una vida feliz y corriente, pero vida con vida siempre.
A la derecha de mi andar observo a los más pequeños, vidas preciosas que cruzan por la mía todos los lunes tratando de aprender algo más que una palabra, sorprendiéndose por todo: por las flores, sus colores y ese rico aroma que botan a rabiar todas las mañanas cuando ellos llegan a la escuela, trinan como pajaritos que los lleva el viento, buscan un camino entre muchos caminos en este mundo, cada vez que los miro me pregunto: ¿Hasta cuándo podré mirar sus ojos llenos de ilusión?, a veces me respondo “hasta cuando yo quiera”, a veces me contesto “solo aprende a vivir”. No puedo negar que mi hígado tiene miedo a entrar a esas cuevas llenas de colores, saberes y sabores con pizca de humedad, pero ¿por qué tener miedo de una amargura del momento cuando su sonrisa puede borrar cualquier rastro de llorar?
Sigo andando y miro más adentro de los despojos, ausculto las miradas perdidas de muchos niños que quieren decir algo, que buscan decir algo y que dicen algo con tanta ternura e inocencia que no creo que sea realidad, para algunos la primaria ha llegado con sorpresas, con pletóricas clases que hacen de sus pequeñas manitos un calambre eterno.
En este lugar, el recreo es una fiesta, puedo encontrar niños jugando a la pelota por algún lado, corriendo detrás de otro por otro lado o simplemente caminando en círculos por aquí y a veces también por allá. Me apena un poco los niños solos, me acerco a ellos y como queriendo respetar mi posición de persona adulta no me dicen nada, pero siento que tienen muchas ganas de decir: “profesor, quiero estar solo, puede darme ese placer”, sabiendo lo que piensan me voy y los dejo con su soledad, que a veces es curativa porque te hace pensar, pero en grandes cantidades es adictiva porque piensas demasiado y pensar demasiado te hace decidir y la soledad y las decisiones no son buenas compañeras.
Si busco personas cultas las puedo encontrar aquí, caminando en los pasillos o diciendo ferozmente alguna frase leída del libro de turno, es que es un lugar donde se lee mucho, se lee de todo, no sé por cuánto tiempo, pero se lee y yo estoy feliz de que se siga haciendo.
Leer te lleva de aquí a allá sin mover un paso, te quita las cadenas de este mundo esclavizado, te transporta, te hace feliz, te quita errores, te limpia la cara y hasta (si la lectura es honda) te cura heridas que ningún doctor podrá hacer porque están impregnadas en el alma, estos niños de ahora y de este lugar han entendido eso y se curan diariamente, si es que no viniera un profesor la cura es mutua e infinita.
El lugar no lo puedes recorrer sin antes no haber tenido corazón, porque los seres que lo habitan están llenos del mismo, a veces no parece, a veces se cree que la nostalgia alberga sus vidas, pero no saben cómo han aprendido a defenderse ocultándose entre la amistad y el amor, porque de ellos se pueden llevar todo, hasta el mismo desconsuelo, pero jamás podrán llevarse la amistad y eso no es decir mucho.
Me siento a gusto de estar en este lugar, aunque confieso que a veces mis piernas perezosas no quieren caminar hasta aquí, mi voz maquiavélica se olvida de decir palabras de halagos y mi boca, terca por naturaleza, se olvida de sonreír, pero menos mal están ellos, siempre prestos a un abrazo, siempre prestos a escribir cartas (en el caso de los más pequeños) que llenen de ternura este corazón lleno de piedras del camino de la vida cavernosa que le ha tocado vivir. Me siento a gusto porque no tengo que trabajar, solo debo divertirme, me siento a gusto porque no tengo que correr para irme sino que quiero caminar para quedarme.
El destino es el encargado de las decisiones de todos los días, de las semanas, de los meses, de los años y de la misma vida, no sé hasta cuando tenga que atravesar estos pájaros llamadas calles para llegar a la garza, pero mientras me toque hacerlo podré decir que es un gusto más que placentero terminar en este lugar tan acogedor, libre y hasta seductor, porque me seduce a la sonrisa, me llena de ilusiones por tantos niños con tantos sueños porque mientras hayan sueños el mundo seguirá rodando, seguirá andando en este ir y venir que es la vida, con congojas, pero con sonrisas, con llantos pero con días y soles, con flores marchitas pero con la ilusión de que ya no seguirán así, con rosas y claveles, con amores que serán rotos de vez en cuando, pero con la ilusión de que ese corazón volverá a ser el mismo.
Es que a veces somos egoístas y queremos todo para nosotros y si me permiten el egoísmo quiero que esta vida que me ha tocado vivir en este lugar se prolongue, con llantos, flores, días, colores y con ellos, sobre todo con ellos, para decir algún día: “Gracias por tanto” y me respondan, ya adultos y yo más viejo (y si se puede más sabio): “Gracias por todo”.
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