Fuegos, fueguitos y fogatas
- Alfonso E. Bocanegra Gamboa
- 1 nov 2016
- 4 Min. de lectura
Todos somos un fuego, algunos son tan grandes que causan incendios alrededor de los que lo rodean, otros ni siquiera dan luz a los que les cogen las manos.
Hay fueguitos pequeñitos que no tienen idea que son fogatas, esos pequeños héroes que tienen capa si así lo quieren caminan con las justas porque recién han aprendido a caminar y nos dicen palabras tan cortas pero con grandeza de corazón, con grandeza de experiencia, con grandeza de niños de tres años, esos fueguitos con alma de fogatas nos alumbran el día a día, aunque a veces nos hagan renegar.
Hay fuegos que alumbran los caminos de todos, esos caminos infinitos y llenos de rocas, esos fuegos nos llaman a quedarnos callados por las noches con una mano en el celular y la otra en el corazón, palpitando despacito sin que nadie se dé cuenta. Mira de reojo su propio camino, pero se preocupa más por el de los demás, se estrella millones de veces con el ego de otros fuegos exagerados y jodidos, pero nunca se apagan, son una lámpara eterna para muchos, pero a veces olvidan ser lámpara para ellos mismos.
Por otro lado hay fuegos cariñosos y llenos de vida, que saben insultar de tal manera que nadie les puede ganar en el lenguaje de los incultos, pero ellos silenciosos y listos callan sus bocas cuando deben hacerlo, se ocultan, te abrazan y te miran, se entristecen cuando te entristeces, pero al doblar la esquina la lágrima hizo trueque con la sonrisa y te olvidan, estos fuegos tienen poca mecha, menos mal, porque siempre pisan a sus propias colas.
Los “fuegos floridos” son los que guardan en su interior gasolina por si se van apagando en el camino, siempre tienen muchos fuegos a sus costados, pero esos fuegos se apagan rápido y con el viento. Dicen todos los días lo que hacen todos los días y cuelgan en sus muros lo que hacen por los demás todos los días, tienen novias pero ellas no saben que son sus novias y tienen muchas deudas, no me refiero a las económicas, sino a las sentimentales y esas no se terminan de pagar ni en mil vidas.
Los fuegos jóvenes son los que más me gustan, esos fuegos que no tienen nada que perder, porque aún les falta mucho por ganar, esos fuegos que día a día miden su fuego y esperan que haya crecido un poco, que cuando se juntan entre amigos arman una gran fogata, tan hermosa que no contamina el ambiente, esos fuegos ingeniosos y rabiosos por naturaleza se pueden mirar de lejos y de cerca, se pueden quemar un poco aunque sean fuego y viven todos las mañanas sin pensar en la noche, todas las tardes sin pensar en la mañana y todas las noches pensando que es la última. Son fuegos comunes y corrientes, pero con un brillo especial que solo los jóvenes pueden darle a su propio fuego.
Hay fuegos que ya van por el último fulgor de su camino, pero que tienen todas las ganas de seguir alumbrando, se despiertan muy temprano para darle la bienvenida al sol y cuando van al parque saludan hasta a la más pequeña hormiga agradeciendo a la naturaleza este don hermoso de estar vivo, esos fuegos saben que su final está cerca, que la vida les va a pasar un factura increíble, pero saben también que por su sonrisa, ya pagaron el I.G.V.
Hay fuegos que no son fuegos, son telas con una luz fluorescente a su lado, el problema mayor está en los lentes de las personas que los miran porque nunca aprendieron a comparar los fuegos que arden y queman con los que están más fríos que el hielo. Esos fuegos que no son fuegos, me tienen sin cuidado, porque no tienen cuidado, se mueren en cualquier momento, se ocultan y son miedosos, no saben que no somos tontos, que la tela no arde si no la dejamos arder.
Hay fuegos bochincheros, que siempre necesitamos a nuestro lado para ser felices de vez en cuando o en una reunión a la media noche con un “cuba libre” en mano.
Hay fuegos que dicen la verdad de tal manera que uno se da cuenta que es mentira, así como hay fuegos que mienten pero ya nadie les cree.
Hay fuegos que no son humanos, no hablan, no discuten, no reniegan en vano como muchos de nosotros, pero que sus ojos pueden decir mucho más que mil palabras de un mortal, estos fueguitos pequeñitos y ladradores no dudarían en dar su vida por nosotros, no pensarían un minuto en dejar que su fuego arda por conservar el nuestro, se acuestan al lado de nuestras piernas y nos utilizan como almohada, quizá queriendo decirnos: “No te vayas, que sin tu fuego, no ardo”.
Hay fuegos que causan fogatas hermosas, las de la madrugada de año nuevo en la playa, las que alumbran todo el bosque y son la luz de los ciegos en la interminable caminata por lo desconocido, fogatas preciosas que cuando las vez te das cuenta (porque lo sientes) que son reales, que viven no por vivir, sino que viven porque se dan cuenta que esta es una sola vida que se puede apagar en cualquier momento, estas fogatas calientan y no destruyen, estas fogatas son luz sin oscuridad, estas fogatas te miran en silencio y con una sonrisa cómplice te dicen: “Únete, aquí hay calor”.
Hay fuegos diferentes en este mundo que nos quema todos los días, hay historias que se vuelven fuego, hay vidas que nacen fulgor y no llegan a ser tormenta, hay caminos que se oscurecen pero los fuegos los iluminan y hay cuentos de hadas que parecen de fantasmas pero que un solo fueguito puede cambiarles el papel.
Seamos fuego todos los días, escribiendo nuestra historia en un mundo lleno de contradicciones, en un mundo con fuegos irreales pero que son fuegos al fin y al cabo, aprendamos a darnos cuenta que es un fuego de verdad, una fogata sin olores o un incendio maquiavélico.
Recordemos que una chispa de fósforo puede quemar un edificio y una gran fogata puede alumbrar para siempre, un camino.

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