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1 + 1 = UNO

  • Alfonso E. Bocanegra Gamboa
  • 7 nov 2016
  • 4 Min. de lectura

El amor existe, eso lo sé, muchas personas me lo han dicho, se ve, está en el aire, nos mira de reojo a cada instante, se pierde en el camino de no perderse, espera ese momento exacto, el momento oportuno en donde silenciosamente nos atacará, nos cogerá por la espalda como todo buen cobarde, nos amordazará y peleará por quedarse el mayor tiempo posible amarrado a nosotros, la terquedad es un don que nos fue regalado, por eso amaremos que nos tengan prisioneros.


El amor es ese fantasmita del que habla Benedetti, esa enfermedad que tanto grafica Gabo, ese solsito de mañana que está en cada poema dedicado a su nombre, el amor a todo lo que existe, el amor a la piel y al mundo, a las plumas y al monte, a la caricia extrema y al sol que se acaba todos los días, a los días grises y a las tardes oscuras, a mí, que me siento a escribir algo sobre él, sin saber nada más que su propio nombre.


Se inicia barriendo esperanzas, tomándonos el pelo y quedándonos calladitos en la esquina con las orejas de burro, ¡malo!, ¡malo!, le podemos gritar la primera vez que nos hiere, pero perdonamos y es normal, la vida está hecha para perdonar y el amor está hecho para pedir perdón.


Nos creemos todo lo que de su boca viene, los apelativos comienzan a tener fuerza, la luz comienza a encandilarse y la llama a enfurecerse, no tenemos pasaportes porque podemos viajar de aquí a allá de la mano de él, perdernos en el futuro y amar el presente con más ganas, escribir una historia que no tiene fin, endurecer la riqueza con ganas de ser pobre a cada momento, no tomar el taxi de la esperanza y demorar al llegar a casa, es mejor caminar, endurece las piernas y alarga las conversaciones.


Seguimos andando, gritamos su nombre por todos lados, miramos cada curva de las esquinas como redondelas preciosas en forma de corazón, nos despertamos y miramos esos ojos al lado nuestro, es increíble la imaginación que tenemos, olvidamos fronteras, limitaciones, desuniones y la vida se convierte en un gran globo rojo lleno de pasiones, pero es un globo y su vida se acaba en algún momento así haya sido inflado hasta más no poder.


Andando, corriendo y esperando, durmiendo sin ganas, bebiendo con ganas, mirando el celular a cada instante, un mensaje se vuelve un testamento y los testamentos lo podemos escribir en menos de un minuto, la bendita palabra “escribiendo” se convierte en bendita de verdad y los “vistos” son una tragedia mundial, casi, casi, suicida.


Nos olvidamos que debemos recordar la vida, que el paréntesis no se habla, solo se actúa, que las golondrinas no aprendieron a volar en vano y que las cartas de amor ya pasaron de moda.


Recolectamos todo cartelito habido y por haber que hayamos en el Facebook y lo guardamos en nuestra galería de fotos en el celular, nos sentimos dioses, un poco más que dioses si es posible.


Las llamadas no importan, el plan de datos es utilizado en su totalidad y pensamos por primera vez que no nos alcanzarán los megas al fin de mes, tenemos nuevo presupuesto económico, hemos tenido que añadir al alquiler de la casa, las tarjetas y el celular, el gasto innecesario en taxis, cenas al por doquier, libros de poesía, películas y sobre todo el gasto más excesivo: La de las madrugadas sin poder dormir.


Nos sentamos un buen rato al borde de la cama, miramos el infinito con más ganas y sin querer saberlo sonreímos, le sonreímos al piso, a la pared en donde está su reflejo, al jugo de naranja y al pan con huevo de la mañana, al yogurt, a los cereales. Al chofer de la combi lo miramos con otra cara y cada canción tiene que ver con tu historia, así el autor sea noruego o finlandés, piurano u oxapampino, todos hablan de uno mismo, eso nos parece.


En el cielo se forman fuegos artificiales de estrellas, escribes su nombre con tus ojos, dibujas mejor que Dalí su imagen y las lágrimas de alegría no pueden esperar más. Cuando tocas su mano es como rozar el sol y cuando lo abrazas es como descubrir un nuevo planeta o caminar por la Patagonia sin abrigo.


Quedarse a su lado como quien recorre el camino de un muerto, pedir al cielo, pedir mirando al cielo que no se acabe nunca este sueño, creer en ese instante carcomido y doloroso, correr lo más hondo posible y olvidar los rencores, creer que te pertenece, pensar en uno mismo y vivir siempre, de a pocos y con uno, perderse en mil infiernos y ahogarse en mil veranos.


Uno siempre debe ser uno así pasen miles de años, así pasen miles de cielos, así crucen miles de estrellas y nos quedemos sin pedir el deseo. Uno es la colilla del cigarro, el instante en un adiós, las noches insomnes y la lectura del último libro de la biblioteca.


Uno es uno mismo, sin corazón o con él, quizá puedas querer, quizá puedas amar, pero la vida está hecha para aprender a sumar y siempre aunque no queramos decirlo, aunque queramos estar callados y sin noticias, esa suma imperfecta que queremos que no sea así, siempre tendrá que sumar dos, así duela y así grites, sumar es libertad y la libertad es ese fantasmita, ese lunar en el rostro, ese sol que no cabe en ningún poema pero que tuvo espacio en la vida de un mes o de muchos años.


Ese momento existió, ese momento existe y no dudes en vivirlo. El amor está por allí inundando más mares, escribiendo más mensajes en el celular y entregando peluches por las calles, de la manera que quiera, de la forma que más le parezca, pero sin vendas, real, sin ficciones, con coros de luna, con canciones sin soles, con rosas moradas que quieren ser negras, con esas rosas infinitas, negras como mi alma que siempre quise que me regalen.


El amor siempre será una aritmética mal planteada, una estrella de mar sin agua, un aprendiz de mago que se olvidó de poner el conejo debajo del sombrero y un saludo para siempre, que aunque cueste decirlo, siempre sonará a despedida.


 
 
 

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