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El fantasma del Anselmo

  • Alfonso E. Bocanegra Gamboa
  • 20 nov 2016
  • 6 Min. de lectura

Estudié en tres colegios en toda mi vida, dos colegios de varones, cada uno con una historia diferente, cada uno con sus fantasmas, cada uno con sus cuentos, cada uno con sus alumnos que no tenían razones para decidir qué hacer o razones para no decir nada si a ellos les pegaba la gana.


Inicial tuvo aromas a cantos, colores y vaquitas que cobraban vida para enseñarnos algo más en ese ir y venir de graciosos encuentros con la vida de pequeños.


La primaria me vio pasar con el cabello corto y muchos sin sabores: Un profesor que me hizo odiar las matemáticas y la decisión final (en segundo grado) de ser docente toda mi vida, en ese momento por rabia dije: “Cuando sea grande seré maestro y nunca haré esto con mis alumnos”, no sé si lo voy cumpliendo, pero la educación ha cambiado y siempre cambiará mientras que la vida cambie, porque como todo lo que está vivo tiene derecho a moverse y estar siempre encendido como un fuego eterno que no tiene cuando acabarse.


La secundaria me conoció a los once años, tuve que postular a uno de los mejores colegios del centro de Lima, ingresé en el puesto 36 de 30, felizmente hubo prórroga, porque si no mi historia hubiese cambiado de tal forma que la vida no hubiese tenido un sentido sin esas hermosas historias que contar del colegio “Anselmo”.


El primer día de clases salí de casa bien vestido, bañado y con mi vecino y amigo de toda la vida de aquellos tiempos. Nos cobraron 30 céntimos para llegar al colegio (sí, en aquel tiempo el pasaje escolar estaba 30 céntimos), hice una gran cola afuera, mamá se despidió de mí en la puerta, voltee a mirarla y estaba allí observando como su único hijo varón iba creciendo, me dio vergüenza, pero nunca se lo dije, “Siempre estaré a tu lado,te miraré de lejos pero estaré”, sentenció, nunca ha roto su promesa, porque hasta en el primer día de la universidad estuvo, escondida detrás de un árbol viendo como su hijo se iba a seguir sus sueños, que no estaban claros, pero ya tenían unos pixeles interesantes por aquellas épocas en donde el whatsapp no existía y el Facebook no tenía ni significado en el diccionario de mi cerebro.


- ¿Boca…negra?, dijo el auxiliar, un tipo de lentes enormes, mirada de pato y soledad infinita en la iris.


Todos los compañeros rieron, era normal, estaba acostumbrado a esas cosas en la primera vez que me conocían, yo también reí y ellos se sorprendieron de mi sonrisa, ya entendía sin quererlo, la frase de Galeano: “Ninguna persona debe ser tomada en serio, si antes no sabe tomarse el pelo”.


- ¡Presente!, ellos me miraron como un bicho medio extraño, yo los miré silencioso, sin decir una palabra como en todas mis presentaciones, solo observando para ver la presa que luego tendría que ser comida.


En el aula había un compañero más callado que yo, silencioso pero con una luz que pocos entendíamos, su sonrisa era de lado como su peinado que al día siguiente tendría que quedarse en la peluquería, ya que el corte escolar de aquellos tiempos tenía ánimos de calvicie. Él, silencioso y juicioso no miraba a nadie y nadie lo miraba a él.


Los primeros días del colegio siempre son de reconocimiento constante para los que somos nuevos y de definiciones eternas, ya que en los colegios nacionales los amigos son para siempre y los grupos los definen.


Los días se fueron haciendo más fáciles y el aceite como en la bisagra de la puerta se va colocando para volver a las lenguas más sueltas y las historias más sencillas de narrar. Él se hizo amigo de todos y los más galifardos del salón lo “lorneaban” (palabra extraña que ya no se utiliza) sin ninguna maldad.


Su sello se puso de moda, se sacaba la cristina (boina en estos tiempos), la ponía en su mano y la paseaba por todo el salón diciendo que era un fantasma, aludiendo a las historias que contaban los que habían estudiado desde primaria en el colegio, que en la parte más antigua había un fantasma que asustaba a los chicos nuevos, a mí nunca se me presentó, pero me alegraba el acto que este tipo medio raro, con un lenguaje poco sutil se haya hecho amigo de todos siendo él mismo.


Por aquellos lares los chicos éramos muy ingenuos, sin llegar a ser estúpidos, la vida social se resumía en los paraderos y el mejor muro para decir cómo te sentías eran la parte trasera de los cuadernos y las carpetas, hermosos lienzos que tenían desde penes dibujados con una sagacidad tremenda, hasta historias dibujadas en corazones con las chicas de los colegios aledaños, el “Rosa de Santa María”, el “Argentina” y una que otra muchacha despiadada que se daba el trabajo de venir desde el “Fanning” caminando varias cuadras hacia nosotros.


“El fantasma del Anselmo” se paseaba por todo el salón cuando los profesores tardaban en venir por alguna reunión de coordinación o simplemente porque se les pegaba la gana de enfermarse.


Él con su toque de candidez y ternura rozaba la cristina por nuestros rostros y nos daba a conocer que la limpieza no era su gran dote, pero que la humildad era el arma que utilizaría para toda su vida estar vivo en este mundo en donde el corazón no es bien empleado, porque la vida está llena de cerebros hacedores de dinero.


- ¿Amigo, o no amigo?, le decían a cada rato. Él los miraba sin sonreír y con el miedo de quién no quiere perder una amistad decía: “Siiiiiii, amigo”.


El salón estallaba de risa, estas risas eran contagiadas a los profesores que se inmutaban al ver tal acto de estupidez tierna de unos alumnos que solo una vez en todo secundaria tendrían un acto de rebelión: “Robarse” una gaseosa del quiosco, con un trámite casi casi parecido a la operación que salvó a muchos rehenes en la capital de mi país.


El “fantasma” nunca pasó de moda, nos acompañó en toda la secundaria y era la mascota perfecta para las olimpiadas escolares, pasaba por la barra que alentaba con todos los pulmones a nuestra selección del salón “C” que como la selección de fútbol jugaba mucho mejor que el rival, pero nunca ganaba, dichos partidos eran transmitidos en vivo por la radio “La teta al aire” que contaba como único equipo técnico y tecnológico la regla del salón y muchas ganas, sobre todo ganas.


Cuando la secundaria acabó, olvidamos invitar al “Fantasma” a nuestra fiesta de graduación y tampoco fue al viaje esperado que tanto esperé, pero al que nunca fui.


Su recuerdo siempre estuvo allí como alumbrándonos el rostro de una mañana llena de exámenes o de un día jodido por el malestar de ser adolescentes que no saben un carajo que hacer con sus vidas, pero que como siempre están en el aquí y ahora.

En las reuniones siempre sinceras que tenemos, hablamos de este fantasmita gracioso que nos iluminó la secundaria, hablamos de su creador como el mejor compañero que nos hizo conocer una forma diferente de ser amigo sin tener grupo que lo alumbre, porque a diferencia de nosotros, él podía estar con los buenos, los muy buenos, los malos y los peores, porque siempre le iba bien (en el mejor sentido de un “13”).


No sé si es que eso que dicen que la amistad es para siempre es verdad, la amistad es de a pocos y por temporadas, tiene sus altas, sus bajas y sus peores, pero nunca deja de ser amistad.


Los buenos amigos se crean, vienen y se van como un sube y baja del carajo y la pasan bomba el día que ellos deciden pasarla bomba.

Todos tenemos un fantasma que nos acompaña en las infinitas historias para contarle a nuestros nietos (porque a los hijos les contamos pocas cosas, por el tiempo, digo yo).


Los fantasmas se pasean siempre en forma de cuentos y de recuerdos, nos ayudan a vivir y a nunca olvidarnos de dónde venimos, para no perder ese a dónde vamos.


Los fantasmas nos cuidan, nos protegen y nos dicen todos los días como a aquel amigo de mi colegio eterno:


- ¿Amigo o no amigo?


Y nosotros respondemos con todas las ganas del mundo, sabiendo a ciencia cierta lo que queremos porque nunca lo olvidaremos:


- ¡Siiiiii amigo!


Sigamos recordando siempre lo que nos marcó en la vida, que esos cinco minutos que tarda en venir el profesor pueden ser eternos si nosotros decidimos marcarlo con nuestro resaltador más potente, en el libro en formato PDF de nuestra vida.





 
 
 

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