Las escritoras malditas
- Alfonso E. Bocanegra Gamboa
- 27 nov 2016
- 4 Min. de lectura
Ellas minan todas las noches con sus correctores automáticos y buscan entre palabras y palabras, la palabra perfecta para hilvanar sus ideas utópicas, llenas de mundo, llenas de cafecito nocturno, de té por la mañana, de pan con pollo, de desamor por el chocolate. Una premisa, un pequeño reflejo que haga de sus versos los más perfectos, los ideales, los que marquen cada uno de sus pasos en este mundo, los que le saquen la vuelta por un ratito a la luna y se vuelva sol en este invierno maldito y lleno de recuerdos.
Se trazan en el papel un dios, las diosas son ellas, encaminan cada personaje como si estuvieran contando un cuento para niños, se enamoran de sus temores y los enfrentan como buenas guerreras, espían la madeja de sus propios recuerdos y se nutren con cada palabra que leen todos los días en los libros de los maestros.
Se caen, se detienen y vuelven a caer sin esperar que nadie les de la mano para que se levanten, “Si me caigo, me levanto sola”, repiten a cada instante, y así lo hacen, sus decisiones son tan decididas que no hay monstruo, ni oferta, ni estrella fugaz que les haga cambiar de opinión.
Se equivocan muchas veces, botan el papel a la basura, “no sirve”, “no sirve”, “no sirve”, se repiten, pero siguen intentando, intentan con una prosa en rima, intentan sin epítetos de por medio, borran sus símiles y se llenan de metáforas, metáforas que matan, metáforas que dan vida, metáforas que le dan oxígeno a los ahogados en este mar lleno de fuegos sin venas, fuegos tarados que no saben por qué ni para qué prenderse, pero que molestan su paso, felizmente ellas no se dejan intimidar, siguen adelante con sus papeles en blanco por llenar y sus fechas de cumpleaños por cumplir. “Las historias no tienen fin si es que no escribimos el final”, se repiten todos los días.
No les gusta lo cursi aunque amen que sean cursis con ellas, les gusta lo verdadero, que las miren a los ojos y les digan la verdad, esa verdad que tantas veces callamos, ese sentimiento extraño que nos revuelve el estómago, ese espacio neutro entre soñar y creer que estamos despiertos, ese sin saber llamado verdad no lo dice cualquiera, por eso se quedan calladas cuando sienten que las verdades de sus acompañantes no lo son, solo los miran sin decir nada, pasan de largo y sonríen, como toda mujer extraordinaria que anda puliendo su oro en bruto.
Se confunden de nombres, los que tienen mucho que decir siempre se confunden, tienen tantas imágenes en la cabeza que no se dan cuenta cuando comienza la realidad o termina la fantasía, se ignoran a sí mismas, pierden el control en momentos de tranquilidad y buscan la paz en momentos de pánico, son confusas y agresivas como una tormenta al mediodía o como un torbellino que nos lleva de aquí para allá sin saber a ciencia cierta a donde llegará.
Sus escritos son ellas, extraños y con ganas de comerse el mundo, son nostalgias parecidas a la bruma matinal, silencios en el momento donde necesitamos un discurso y palabras en donde queremos el silencio.
Son contradictorios, llenos de idas, llenos de venidas, vueltas y reveces, tan extraordinarios como simples, tan reales como callados, tan ellas, que hasta temor dan de enamorarse de una hoja bond, sin sentido o con un sentido correcto hacia ese mal del mundo que se llama amor.
Las escritoras malditas pueden ser benditas en una iglesia, pueden entrar al infierno y salir si quieren porque tienen la llave de todas las imaginaciones, pueden sentarse a la puerta de mi casa a contarme un cuento de ficción o un poema revolucionario, pueden medir mis alas y compararlas con las suyas dándose cuenta que me falta muchísimo para alcanzarlas.
Pueden ser ellas mismas sin tener miedos, relanzarse al bosque, buscar a caperuza, a los cerdos desobedientes o ahondar muy al fondo en una conversación con el lobo, sin dientes filudos o trompas grandes, ellas lo convencen poniéndose su disfraz de oveja.
Me gustaría hundirme en los brazos de sus brazos que tocan las teclas al escribir de esas escritoras malditas, ponerme de rodillas, hacer que sonrían y creer que en un mundo no muy alejado a este, en donde las nostalgias son escaparates diarios, pueden tomar de la mano a todos sus hermanos y escribir, esa primera palabrita que le falta escribir a todos sus cuentos que esperemos no tengan ese maldito cartel de cine antiguo, que no tenga el desafortunado e inquisidor: “The end”.
Mientras tanto, seguiré mirando de lejos las manos de estas escritoras, seré si ellas lo quieren un pequeño grano de arena en su gran playa de imaginaciones, escribiendo de vez en cuando algo para que lo miren y me digan con sus tan geniales reacciones: “Está feo”, sonreiré y llevaré mi escrito en silencio al panteón de los escritos, para luego decidir callar y leer con los ojos enormes y llenos de esperanza los nuevos cuentos que tienen, y decir como siempre:
“Llegarán muy lejos, el mundo no tiene límites para ustedes”.

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