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El maldito

  • Alfonso E. Bocanegra Gamboa
  • 5 dic 2016
  • 4 Min. de lectura

El maldito no sabe enamorar, siempre dice la verdad, si algo le parece gris dice que es gris y punto, si le parece que tiene mariposas en el estómago las saca a pasear al parque y las deja volando a su alrededor para que todos se den cuenta de su estado anímico, para el maldito el amor si existe y no tiene miedo de decirlo.


Cuando conoce a alguien nuevo no le habla inmediatamente, siempre la analiza, la observa, mira sus manos y su nariz e intenta conversar despacio, con temores ocasionales de amantes escolares que dudan en cada una de sus palabras, no pide números de teléfonos porque nunca supo cómo hacerlo, siente que le dirán que “no”, siente que le dirán que es un estúpido y que más le vale trabajar.


Alguna vez le tocó enamorarse y calló, encontró en su camino muchas rocas que no pudo superar, muchos problemas silenciosos, muchas chicas que le decían que era solo buen amigo pero no lo veían como un buen querer, seguramente era algo así como el amigo elegido para ser amigo toda la vida o tenía pinta de gay que servía solo para escuchar y nunca decir nada.


El maldito sabe muchas frases de libros extraños que pocos leen y que nadie sabe el nombre de su autor, busca entre libros virtuales la frase que puede definir su estado de ánimo, cada vez que alguien habla con él, su silencio es extraño, sus palabras pueden calar tan hondo que será imposible olvidarlo sin antes aprender a odiarlo.


Intenta motivar a las personas diciéndoles cosas como: “Tu puedes”, “Si lo piensas lo lograrás”, “La vida es jodida pero siempre toca vivirla” o cosas más lindas a los ojos de otras gentes como: “Vas a lograrlo”, “No te quedes callado y di lo que piensas”, “Si te hacen algo malo, yo te ayudaré”. Algunos aprendieron a quererlo por estas frases, pero muchos le creyeron y ese fue su peor error, porque no estaban preparados para las frases que escuchaban de la boca del maldito.


Todos los días que se despierta de mañana se repite una y otra vez que debe cumplir un sueño, una utopía híbrida que ni él mismo sabe su dirección, un momento lacerante que daña su piel todos los días para quedarse en ese escondrijo enmarañado y lleno de miedos que es la vida que le tocó vivir.


Hace daño a las personas diciendo que las ama, que no puede vivir sin ellas y que la noche no es noche si es que sus ojos no la iluminan, dice lo que le dicta el corazón, lo dice tal cual lo piensa y si no tiene nada que pensar lo obliga a expresar sus sentimientos en una carta, un mensaje de texto o unas palabras a través del teléfono, el maldito tiene un corazón tan enorme que no duda en utilizarlo.


Ama incondicionalmente su carrera, siente que escogió la mejor, que hizo la mejor elección de su vida, pero sueña con algún día dejar de ejercerla para cumplir esa utopía que todos los días sueña. Ama las mañanas contagiosas y las locuras silenciosas, ama el fulgor de los gritos de los niños y las preguntas ocurrentes de los sabios de tres años.


Cuando va en la combi mira a todos como si fuera la primera vez que los mirase, los queda mirando uno, dos o tres minutos y sonríe pensando en todo lo que tiene que pasar cada uno de ellos, sus problemas, molestias y desilusiones que están entregadas a ese instante de sus vidas compartidos en un vehículo público. Es un soñador constante.


Le mandan mensajes insultantes a sus cuentas de correo, con amenazas tan grandes que lo hacen volverse más maldito y llenan de ira ese momento jocoso que es leer unas palabras cargadas de pólvora, cargadas de rencor que no sabe cuándo fue que se sembró y anda cosechando.


Es un maldito porque aprendió a decir la verdad, a dejar los barcos porque dejaban de navegar bien, a comerse el mundo de a pedazos, pero comérselo al fin, a sostener cientos de palabras en un solo texto y que se puedan resumir en amor, el amor por las plantas y las flores, el amor por las personas, el amor por querer decir lo que piensas sin que nadie te amenace, dejar ir no es un acto de cobardía, dejar ir es un canto de perdón.


¿Será que este maldito se vuelve más maldito cuando dice la verdad?, ¿Será que su vida está llena de escoria porque intenta no andar con el mundo o que el mundo no ande con él?


El maldito tiene tanto que decir, tanto que vivir que no puede parar y no piensa parar, el destino seguramente le traerá más detractores, porque la vida está hecha de detractores, pero las maldades no se tejen con el hilo de una aguja, se tejen con la fuerza de una máquina de coser y con la energía de quién dice mucho, porque no le alcanza la boca para decir: “Me basta”.


El maldito, para finalizar, es tan maldito, que lo único que hace para volverse más maldito es amar cuando siente que ama y olvidar cuando siente que es necesario.


¿Acaso no es un verdadero maldito?



 
 
 

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