Mami, ya crecí
- Alfonso E. Bocanegra Gamboa
- 19 dic 2016
- 5 Min. de lectura
Mamá me enseñó a dibujar un patito, me dijo que dibuje un dos y luego le saque el pico de la punta del número y las alas de los costados, le hice caso. Siempre que me mandaban a dibujar en el colegio, dibujaba ríos, con tantos patos en forma de dos que el río tenía una sobre población más que en temporada de caza.
Mamá me enseñó también que las lisuras no son malas, que soy hombre y que debo defenderme: “Hijo, si le quieres decir mierda a alguien díselo, no te calles” al otro día mi control de la escuela tenía una gran anotación que decía: “Señora, su hijo ha insultado a todos sus compañeros”, esa tarde mamá me abrazó y me enseñó sin conceptos que significaba la palabra: “Prudencia”.
Mamá siempre ha llorado, lloró por todo y ella creía que yo no me daba cuenta. Cuando mi primera hermana se fue de la casa, cuando pocos meses después se fue la otra. La técnica era siempre la misma, ponerse a lavar los platos y abrir el caño muy fuerte para confundir sus lágrimas con el chorro que congelaba sus manos, se enjuagaba y seguía su día, el orgullo podía más y siempre dijo que nunca pasaba nada.
Mamá siempre ha estado detrás de mí, insistiéndome para estudiar, eligiendo mis camisas y planchándolas cuando las necesitaba, en mis primeras entrevistas, en los primeros días de la universidad, en la noche cuando me perdí y no supo nada de mí y con lágrimas en los ojos me fue a buscarme mientras yo volvía, ella se iba. Siempre estuvo allí porque dice que es su labor, porque dice que su vida ha sido marcada por eso, por la valentía de criar tantos hijos y tantas historias que a diario guarda en su corazón.
Mamá dice que quizá paga las lágrimas que le hizo caer a su padre cuando en sus cortos 16 años decidió escaparse con mi padre a Lima, siempre cuenta la misma historia, la piedra en donde su padre la miró de lejos, dice que nunca olvidará su mirada llena de mundo y de miedo, de temor a que su hija se vaya con un hombre que poco se sabía de él.
Yo no creo que mamá esté pagando nada, yo creo que si algo debe hacer en esta vida más que pagar, es cobrar, me debería cobrar las noches que pasó en vela cuando de niño me enfermé y no podía respirar, esa noche que tanto cuentan, pero que no recuerdo, en donde mis pulmones me jugaron una mala pasada y mi vida pendía de un hilo.
Debería cobrar con intereses toda la ropa que me lavó en su vida, la ropa suya, la ropa mía, de mis hermanas y de mi padre, cada callo que tiene en sus manos es nuestra culpa, cada dolor que siente en su espalda es por culpa de ese silencio que no decía nada con tal que nosotros tengamos una buena ropa planchada y limpia en el ropero de nuestros cuartos siempre personales “porque cada hijo debe tener su cuarto para él solo”.
Me debe cobrar todas las ensaladas rusas que preparó cuando le decía que por favor lo prepare al día siguiente y los jugos de naranja que tenía al borde de la cómoda todas las mañanas: “Tómalo antes de los 10 minutos, porque si no, no sirve”, tendría que pedirle disculpas porque me dormía dos horas más y lo tomaba tarde, botaba los jugos de menjunjes al inodoro y me mojaba los labios para que pensase que lo hacía.
Me debe cobrar todas las veces que le hice renegar por no tender mi cama, por dejar desordenada mi ropa o las medias tiradas debajo del sillón de la sala, debería pasar el sombrero por mis narices y pedir un bolo de todos los años vividos a mi lado o mejor dicho de todos los años que me aguantó con mis miserias, llantos y falta de prudencia para ser limpio y ordenado como ella.
Yo no debería irme de este mundo sin pagarle las malas noches que pasó cuando trabajaba de madrugada o las veces que me recogía del paradero a las dos de la mañana pensando tal vez en enfrentarse a un ratero si algo nos querían hacer, si algo que tengo que pagarle son sus ganas de empujarme cuando ya no podía o de estar allí en ese abrazo simple, cortito pero muy grande cuando mis historias amorosas no tenían finales felices.
Ella debe pasarme la factura cobrando más porcentaje del IGV por todas las cenas despreciadas, por el simple motivo que no me gustaba la comida y ella al otro día se la comía con tanto gusto porque su hijito no tenía hambre, debería denunciarme por falta de sentido común “Muchos niños no tienen que comer” me decía de pequeño y yo sin razones decía “Pues que le den sus mamás”
Debería cobrarme cada limpieza de mi cuarto que yo no quería hacer, debería abrir mi cuarto por siempre y poner un gran cartel que diga: “Aquí durmió un mal agradecido” por qué nunca aprendí a agradecerle, nunca aprendí a darle un abrazo de verdad, a cogerla del brazo en la calle o a decirle a los ojos que la amo, como ahora y como siempre será.
Ella debería llevar toda mi cuenta a INFOCORP, para que nunca más un banco me dé un préstamo, para que mis deudas se amontonen allí en ese camino, porque la deuda que le tengo, nunca será pagada.
Si algún día ella toca mi puerta y me cobra todo lo vivido, le diré que le pagaré con cada uno de los pasos que quiero dar, con cada logro obtenido en su nombre y con cada silencio en las conversaciones que teníamos, esos silencios eternos que significaba que no estaba de acuerdo, pero que respetaba mi opinión, esas lágrimas de hielo cuando le dije que me iba de la casa y esas historias fantásticas que me contaba que se le ocurrían pero que no podía escribirlas, su hermosa sonrisa cuando vendía un libro mío y su sonrisa de domingo en la mañana cuando desayunábamos en familia.
Ella tiene todas las de ganar en un juicio conmigo, porque me declararía culpable de todo delito si es que le pasase algo por mi culpa, pero la vida está hecha de retos, de ilusiones y desilusiones, de cartas por escribir, de dibujos por hacer y de pequeñas nostalgias que nos tienen las navidades como esta que será diferente sin ella, sin él y su oración a la medianoche al dios que tanto ama, pero que yo dudo que esté por aquí.
Mi madre es de las mejores, siempre me mirará por el telescopio y también por el microscopio, con el dolor de su corazón me está dejando ir de sus brazos absolviéndome de toda deuda que le tengo, regalándome alas para volar, recetas de cocina para cuando tenga hambre, consejos de salud para estar bien y su enorme corazón que me lo llevo en mi cabeza para cuando me falten ganas de seguir y noches en donde no pueda dormir.
Hoy le dije:
- Mami, ya crecí. ¿Crecemos juntos en esta historia que me falta escribir?
Y ella con su más hermoso amor por los detalles me respondió:
- Te regalaré víveres para dos semanas y un nacimiento para que dios esté contigo.
No respondí, pero solo pensé en silencio (como sus respuestas) que mientras ella esté viva, no necesito la bendición de ningún dios, solo que de vez en cuando me llame o yo la llame y nos digamos cuanto nos amamos, cuanto nos debemos y cuando pagaremos esa hermosa deuda a su lado.

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