Morgana
- Alfonso E. Bocanegra Gamboa
- 4 ene 2017
- 4 Min. de lectura
Se llamará Morgana, es un nombre duro, complicado y fuerte, como ella tiene que ser, caminará cuando tenga que caminar y se irá de casa el día que ella lo decida (así sea a los pocos años de nacer).
Su cabello será rizado como el de mi madre y tendré que comprar muchos peines diferentes para no jalárselo cada vez que quiera que le haga una trenza francesa.
Dormirá en mis brazos mientras la peino y escucharemos de vez en cuando canciones melancólicas justo antes de dormir, sus sueños tendrán fondos musicales, como su vida entera.
Cuando nazca miraré su salida entre lágrimas de mi rostro, limpiaré cada ápice de sangre que salga en ella y observaré su blancura, que no es sinónimo de hermosura, solo es sinónimo de amor, de pensar que un sol está naciendo y que no es 25 de diciembre, sino es un día cualquiera que se convirtió en navidad aquella mañana de noviembre cuando nacerá.
La primera vez que la cargue moriré de miedo, pediré que la dejen en una cuna, la observaré detenidamente y veré su perfección, levantaré la ceja en señal que tengo miedo, delicadamente tocaré su cabeza frágil e intentaré no despertarla y con todo el temor del mundo le cantaré: “El colibrí y la flor” sin que sepa un poquito a lo que me refiero, cantaré muy bajo para que no llore con mi aguardentosa voz.
Las lágrimas que derramaré ya las ando guardando en mi corazón, es tan lindo crear algo tuyo, es tan lindo creer que todo lo que uno hace puede resultar bueno.
Prometo esa noche no fumar para que el humo no incomode su naricita respingada.
La primera noche no dormiré para observarla, a la segunda noche dormiré solo una hora y las demás noches hasta el final de mis días dormiré con un ojo abierto y el otro cerrado, pensando que en algún momento me llamará con un grito o por teléfono.
Mis perros la amarán tanto como a mí, Apu la lamerá toda cuando quiera reír y Killa en su afán de cuidar todo lo que le entrego, no permitirá que nadie con mala vibra se le acerque, serán mi mejor alarma para los intrusos que algo le quieran hacer, serán mi mejor sonaja y el mejor entretenimiento para la princesa que se acomodó en su trono desde antes que supiéramos que existiría.
En la casa nadie mandará, tampoco ella, buscaremos decisiones democráticas en una casa de socialistas, todas las veces que tengamos que decidir algo lo haremos de la mejor forma posible, sobre todo coherente y madura: a la moneda o al dado.
Ella irá al colegio a los tres años y llorará mucho el primer día, solo la dejaré y me iré corriendo para que llore más, necesito que sepa que no todo en la vida es color de rosa, y que no todo en la vida es de amor y gloria, también hay matices de oscuridad que debemos saber superar y disfrutar, ¿por qué no? de esos momentos extraños que por allí llaman tristezas.
No hablaremos de sus maestros, seguramente será difícil para mí hablar de colegas porque no todos somos iguales, pero yo también seré su maestro en casa, algo podré enseñarle sin contradecir lo que le dicen en la escuela, pero sabiendo que su primera escuela es la casa y su primer amor soy yo.
Me llamará por mi nombre, ni papá, ni pa, ni papi, ni nada, me llamará Alfonso, a secas y nos tiraremos al piso a contar las estrellas que pegaré en el techo de su cuarto para luego compararlas con las que contaremos acostados en el malecón de la playa.
Escuchará la música que mejor le parezca pero le enseñaré mi música a ver si como yo se enamora de ella, si no es así, compartiremos gustos musicales, así me duelan los oídos y el alma si es que a ella le gusta la música estridente, así como ella tendrá que compartir el aburrimiento cuando escuchemos la mía.
Tendrá que aprender a decirme que no, pero me tendrá que decir por qué, discutiremos, dialogaremos de sus ideas y llegaremos a una conclusión razonable, sin caras, sin fruncidas de ceño y aceptando que a veces se gana y a veces también se gana pero de forma diferente, cuando el otro tiene más razón que uno mismo.
Algún día tendrá que enamorarse, seguramente le gustará algún niño o jovenzuelo que no me guste a mí, no todo puede ser perfecto, pero mi mayor labor será que cuando ella lo haga tenga como mayor referente el amor que siente por mí y si es que siente que ese amor es mayor podrá irse, experimentar y volver a mis brazos. Admiraré a quién la haga llorar, porque más que algo malo, será una experiencia para ella, en ese extraño camino por encontrar a quien la quiera acompañar un tiempo de su vida, que no necesariamente es para siempre.
Cuando quiera irse lo aceptaré, bajaré la cabeza y solo recordaré los ejercicios que hacía desde el día en que nació esperando este momento, la ayudaré a empacar y le regalaré algunos libros míos que los acomodaré en la caja de sus recuerdos, me pararé en la puerta de la casa a mirar el camión de la mudanza que debe ser negro y le diré las mismas palabras que le dije al oído el día en que por primera vez la tuve entre mis brazos:
“No eres mía ni de nadie, eres del viento así que anda con él”

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