Julián y el mar
- Alfonso E. Bocanegra Gamboa
- 23 ene 2017
- 3 Min. de lectura
Querido mar:
Hoy estuve en tus aguas. Cuando te vi a lo lejos sentí una necesidad extrema de sacarme la ropa y correr a tus brazos, sentir tu roce pequeñito en la orilla y tu delicada forma de decirme “Buenos días Julián, que bueno que estés aquí”, no pude hacerlo porque tenía que respetar las normas del paseo, como todo niño siempre me han dado cólera las normas, pero es bueno respetarlas, pensé que sacrificar cinco minutos sin ti valían la pena si eso significaba muchas horas contigo.
Buscamos una sombra que nos proteja de este sol abrasador que sale por estos días en la ciudad en donde vivo, una sombrilla, tres sillas y todo listo, podía desnudarme e ir a tu encuentro, pero mamá gritó: “¡Julián, el bloqueador!, cada minuto se hacía interminable y el viento con tu aroma me hacía soñar con la frialdad que me recibirías esa tarde.
Por fin pude correr hacia ti. Tengo que confesarte algo, tuve muchísimo miedo al comienzo, te tenía un poco de desconfianza, tu grandeza que hacía correr a muchos adultos me hacía temerte, pero poco a poco fui entrando en tus aguas.
Mis pies sintieron tus primeras caricias, tus aguas eran lo que todos los poetas hablan en sus poemas y la lentitud en tu orilla era como escribir una novela de acción en un día sin sol pero con calor.
Lentamente como quién conoce un nuevo amor, fui dándote un poco más de mí: mis pies, mis pantorrillas, mis rodillas, mis muslos y todo mi ser.
Me asustaste cuando una de tus olas me tapó por entero y me hizo saborear tu color, pero me recompuse y pensé que era una broma, todos los seres geniales de este mundo son graciosos y el mar no podía ser la excepción.
Nos divertimos tanto en cada ola, que yo sentía la necesidad de agradecerte, así que comencé a pintar en tu arena mi nombre para que te lo lleves lejos de aquí: “Julián”, con cada uno de mis dedos dibujaba lentamente las letras que mi maestra de primer grado me enseñó y tu hacías tus olas lentas como la vida de un niño y me mirabas muy bien para darme aliento y seguir escribiendo.
Debo aprender a ser más paciente contigo, a veces no me entendías en mis clavados y te ibas en el momento exacto cuando quería demostrar mi sagacidad en el nado, seguías tomándome el pelo y yo lo tomaba de la mejor manera, es imposible enojarte con el mar, es tan grande que tan solo imaginar cuanto amor puede dar, hace que tu enojo se pierda y se diluya en una de sus olas interminables.
La tarde se fue acabando y conversaste con tu compañero el sol para que de parte tuya se despida de nosotros, nos quemó solo quince minutos e hizo de tus aguas una tibieza espectacular. Estoy seguro que todo estaba planeado por ustedes, algo así como una sorpresa de domingo, algo así como el amor.
En el último chapuzón en tus aguas te dejé un mensaje: “Volveré” y cuando caminaba hacia mi casa te miraba y estoy seguro que en el fondo del mar en donde debe estar ahora la primera ola que me tocó al llegar esta mañana me debes estar respondiendo: “Te esperaré Julián”.
Tus aguas son interminables como el mundo, son increíbles porque haces felices a muchos niños como yo y todo aquel que hace feliz a un niño debe tener dos vidas más por vivir.
¿Te imaginas cuántas vidas tienes tú?
Gracias por tu sal, que en mi vida no fue de mala suerte.

Comentarios