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Si te vas te pego

  • Alfonso E. Bocanegra Gamboa
  • 27 feb 2017
  • 3 Min. de lectura

Me gustaría sentarme al lado tuyo, amarrarte de mi mano y creer que puedo retenerte toda la vida, esperar que pase el temblor y poner nuestros oídos al piso para sentir la rica vibración de la tierra latir como el corazón que late y no puede dejar de hacerlo porque ya no quieres estar aquí.


¿Te acuerdas de mí?, de nuestros días ausentes al mundo pero presentes a nuestros mundo, de las noches de desvelos en donde acariciando tu cuerpo dormía y tú me decías que te abrace a pesar de este calor incesante de la noche al día y del día al amanecer.


No quiero resumir nada, porque si me toca amar, toca decir las cosas por completo, en donde explicar las ausencias sería como correr muy al fondo de cada una de mis palabras, de cada uno de los textos que no te escribí y de las noticias que resultan ilusorias cuando ya no estás a mi lado. ¿Para qué ver las noticias si aquí dentro aún es un solo día de verano?


Me gustaría ir a buscarte, pedirte de la mano que me des un momento más contigo, unos minutos para cantar algunas canciones que tanto nos gustaban, ver las películas francesas que nos hacían preguntarnos más cosas en vez de respondernos algunas, sentarnos en el sillón y tomar yogurt con cereal para luego estar metidos en el baño y reírnos por la cara del otro que no puede más con su estómago.


Pero a pesar que mis dedos quieran marcarte, escribir un mensaje de texto tan cursi que hasta mi diabetes subiría no lo voy a hacer, porque los lamentos no van conmigo, las noches en vela esperándote, y mi almohada ser la mayor consejera de este proceso extraño pero muy fructífero para mi vida, no es patetismo, es amor propio, pero ese amor me llama a la muerte.


Por ahí leí que el matar a alguien es un acto de rebeldía contra lo normal, es un arte mayor, ¡que ganas de ser un artista consumado esta noche!, sería algo así:


“Lentamente caminaré a tu casa, iré de puntitas para que tus perros no me sientan, abriré la primera puerta con mi mano, ya que el pestillo nunca tiene llave, la otra con la llave que me regalaste pensando que me quedaría para toda la vida, luego entraré callada y desmesurada a las tres de la mañana llegaré a tu cuarto, el ventilador estará prendido porque odias el calor y te bañas varias veces al día por ese sudor hediondo que propagas cuando no lo haces. Estarás acostado de espalda mirando el techo, te miraré unos veinte minutos y sonreiré.


Papá fue policía, su arma siempre la deja en su closet, no se molestará porque gaste una de sus tantas balas, vales más que cuatro soles, pero me costaste casi toda una vida.


Te mueves y yo no lo hago para que no me sientas, espero pacientemente la posición correcta, la posición exacta en donde pueda volarte los sesos con una sola bala de esta pistola con silenciador, te apunto, vas a morir esta noche a pesar que no estás conmigo, era conmigo o con nadie.


En ese momento volteas y despiertas, me miras con esos ojos cafés de mierda que no quería que me miren, escondo rápidamente la pistola, sonríes y dices que me extrañas, ¿Cómo?, ¿por qué?, ¿Crees que soy estúpida?, pienso pero no lo digo, me siento en tu cama y te digo: Te perdono y me dices: Gracias, mañana debo trabajar temprano.


La pistola de mi padre solo sirve para joder los nervios y no para matar”


El acto de morir es muy grave, pero no es para mí. Quisiera matarte, quisiera pegarte, hacerte pagar cada una de mis noches sin ti, cada día de cumpleaños que nunca llegaste, pero mi amor por la persona que más amo puede más, la persona que solo quiere lo mejor para uno, porque uno es lo mejor, la persona que siempre estará conmigo, es decir: Yo mismo…


No haré nada e intentaré no pensarte, no decirte y no quererte, para que algún día cuando me mires a la cara, quizá con tus hijos o sin ellos yo pueda decirte:


“Estás vivo porque te perdoné, porque si la muerte fuera un sube y baja, te hubiese tocado estar en el subsuelo”


 
 
 

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