Hombre que golpea a una mujer
- Alfonso E. Bocanegra Gamboa
- 13 mar 2017
- 3 Min. de lectura
No quiero ponerme cursi, ni decir que ellas son bellas, tampoco quiero ponerme cantante y cantarle alguna canción de las tantas que hablan de ellas, tampoco ponerme poeta y dedicarles unos versos que salen de uno y van hacia otro como flor que camina por el desierto esperando ser cortada, no quiero nada de eso, porque las palabras sobran cuando de ellas se trata.
No me voy a poner a buscar las razones por las cuáles algunos hombres son tan “hijos de puta” (con el perdón de ellas) como para pensar en decir que el amor es el golpe y que la medicina es un palo en la cabeza y en el cuerpo, que el perdón se consigue gritando y si es que ella te grita su vida corre peligro.
No puedo ponerme de igual a igual, porque en la estupidez, los estúpidos ganan por goleada.
No me voy a poner a recordar etapas del pasado, buscar entre las cartas aquellas en que le decías que lo amabas y en la otra en donde le respondes que lo perdonas porque “no lo va a volver a hacer”. Cuando algo se hace con odio, no es el odio que te trasporta al sentimiento, es el corazón lleno de caca y el corazón no se equivoca, hasta cuando está lleno de caca.
Quiero pensar un poco en ellos, tenerles pena, pensar en sus madres que no tienen la culpa de que quieran ser esos hijos que nunca quisieron tener o golpearlos porque no saben cómo tratar a una mujer. No se devuelve el regalo cuando te lo dan, pero que ganas de hacerlo cuando se trata de ellas, que no son indefensas porque pueden defenderse, pero que no son idiotas, porque se sienten pacifistas.
Me voy a dormir esta noche creyendo que en algún momento este mundo será un mundo diferente, en donde tener pene o vagina no nos diferencie, en donde lo que nos diferencie por gran manera sea siempre tu forma de hablar, de pensar, y hasta de decir las cosas, sobre todo si las dices con el corazón.
Que ser mujer no te obligue a comprarte el polo rosado porque “el azul es para hombres” que los hombres puedan lavar los platos y no llegar a casa a gritar porque está sucia.
Que los hombres no se sientan más porque pueden golpear a las mujeres el día que ellos decidan, que si toman, los hijos deben esconderse en sus cuartos, debajo de las mesas y no tienen ni voz ni voto para decir: “Esta boca es mía” y el golpeador responda: “Sí, pero me dices algo y será del viento”.
Algún día los hombres comprenderán que no solo son hombres, que no solo son pequeñas evoluciones de la naturaleza que le dio la suerte de caminar en dos patas y pensar.
Algún día ellos sabrán que las historias de princesas no existen y que debemos de trabajar, no para apoyarnos, no para soportarnos, no para creer que el mundo juntos debe ser un martirio, sino de la mano y pensar que la historia se puede acabar en cualquier momento y que los besos de aquí y ahora son los reales.
Algún día los hombres comprenderán que las historias felices no están en los libros de literatura, ni en las canciones de Arjona (ja ja), tampoco en las danzas mediáticas de la ciudad. Las historias felices se escriben a cuatro manos, en la cama o en la azotea, en el piso, en la alfombra o en la cocina, en el bebedero de agua o bajo la luz de la luna en la playa, las historias felices son así, felices porque deben serlo.
Algún día también los hombres entenderán que no necesitan de gritos, de palos, de lluvias, de mordiscos o lisuras para (como ellos dicen) “hacerte entender lo que quieren”, ellas necesitan de un buen café por la noche, un beso en la mañana, una mirada cómplice en la madrugada y un buen despertar en el amor cuando quieran hacerlo, solo necesitan eso, caminar y seguir caminando, de la mano y con las manos frías de tanto sudor que derramará el siguiente beso.
Algún día los hombres comprenderán que el amor no se toma solamente, sino se pide despacio, a veces fuerte…
¡Qué sé yo!
El ritmo lo ponen los dos.

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