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Los niños y el amor

  • Alfonso E. Bocanegra Gamboa
  • 22 mar 2017
  • 3 Min. de lectura

Tenía cinco años cuando me enamoré por primera vez, no lo recuerdo, pero mamá se encarga de recordármelo en cada una de las reuniones familiares que realizamos los fines de mes, dice que la vecina tenía su novio y yo le pegaba cada vez que venía porque ella decía que yo era su “novio chiquito”. Para los niños, el amor no conoce de tamaños, porque se pueden enfrentar a Sansón si quieren defenderlo.


Anika se enamoró de un niño cuando tenía seis años, decía que sentía cosas raras cuando lo veía, no sabía explicarlo, pero el cuerpo es tan despiadado que cuando su madre la molestaba con él, se ponía más roja que un tomate y no sabía dónde meter su cabeza. Los niños no saben ocultar lo que quieren decir, su cuerpo los traiciona.


El año pasado Julián robaba flores del parque para darle a la chica que le gustaba, la chica que le gustaba bailaba como loca en las fiestas, a él no le gustaba bailar, ahora en su academia de baile dicen que es el mejor. Seguramente Julián pensará que sus bailes conquistarían a cualquiera y que ella se lo perdió. El amor en los niños no conoce de vergüenzas y es más terco que el nuestro.


Francisco al que yo llamaba “Panchito” se me acercó un día en el recreo y me dijo que no podía vivir sin Lucía, yo le dije: “Pero si dejas de respirar tampoco podrás vivir”, el me respondió: “Es que verla me da oxígeno profesor”. El amor te hace poeta, hasta aun teniendo 7 años.


Leonardo estaba triste cuando entré a clase, lo noté al subir las escaleras, no quise decirle nada hasta que de pronto en un ejercicio sobre la tristeza lloró, me acerqué para preguntarle qué pasaba y su respuesta me devastó el corazón: “Murió el amor de mi vida”. Más tarde su mamá me contó que Lupita su perrita pequeña la habían envenado. Los niños y su amor no diferencian especies.


Edson me dijo que no quería venir más al colegio, Camila no lo miraba más y ayer le dijo que no le invitaría más su lonchera, ¿Pero tú no traes la tuya?, pregunté, “Sí, pero sin el pan con pollo de ella el recreo no es el mismo”, me dijo. El amor es culinario también, sobre todo para los gorditos.


Rosita estaba caminando hacia la cancha número dos del colegio, la observé, bajaba la cabeza como escondiendo su rostro, la miré de lejos, se secaba las lágrimas, pasé por su lado y la saludé. Más allá estaba Juancito jugando a las escondidas con Victoria. El amor a veces no sabe esconderse, esa mañana Rosita lo entendió.


Karen se me acercó con una mirada cómplice, me invitó como todos los días su yogurt con cereal, cogí un poco y le sonreí, me siguió a los juegos y me dijo: “Lo quiero profesor” a lo que respondí: “Yo también corazón”. El amor no conoce de edades y el primero es inolvidable.


La mamá de Rodrigo vino al colegio a hablar con la profesora, su hijo no quería ir a su casa, lloraba cada vez que lo recogía, dice que quiere dormir en el colegio. Cuando la profesora la explicó que Francesca también iba a ir a su casa se fue. El amor no conoce de lugares, ni de espacios, ni de tiempos, se vuelve loco y cree que está siempre allí, cuando a veces hay que tomarse un respiro.


Esa noche en su casa Gustavo despertó de madrugada sudando, su mamá lo abrazó y él dijo: “No fue una pesadilla, los ángeles si existen mamá” y se volvió a dormir. El amor es mejor cuando de sueños se trata.


Los niños saben amar más que todos nosotros, saben observar y miran más allá de uno, más allá de todos, porque solo aman con un órgano, es decir todo su cuerpo, aman de verdad.


Deberíamos aprender un poco y mirarlos, como quien mira una estrella que no se mueve, pero tiene bien claro que hace en el cielo y para qué está allí.



 
 
 

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