Bendita pobreza
- Alfonso E. Bocanegra Gamboa
- 18 abr 2017
- 3 Min. de lectura
Voy en combi todos los días al trabajo, pago cincuenta céntimos de ida y luego un sol de vuelta, los pasajes cambian de bajada y de noche, asumo porque la gasolina se gasta más o porque los cobradores están cansados del sol, de la mañana, de despertar temprano sin querer hacerlo o de los diferentes olores a sobaco que deben aguantar durante el día.
Tomo agua del caño porque confío en sedapal, porque el agua no se vende en las vitrinas sino se toma en el corazón, confío en que algún día ha de morir de cólera, de fiebre amarilla o verde, de rabia o de estrés o de lo que a uno le toque morir o cuando le toque morir, será mejor hacerlo en libertad y no esperando que la OMS me mande que debo meterme a la boca o no.
Como poca fruta porque no me gustan muchas, la papaya me suelta el estómago, me gusta la manzana chilena pero soy peruano y la naranja está muy cara para hacerme jugos, así que compro los filtrantes que se me pegan a la lengua.
Mi dieta consta de huevos fritos casi semanales, tantos que un día de estos o un día cualquiera pariré un huevo con forma de Alfonso, es decir con su forma normal.
Tengo muchas deudas que debo pagar esta semana, otras en un mes y otras más que nunca pagaré, no por conchudo ni por deudor sino porque no me cobran, los cobradores cobran y si no lo hacen uno debe olvidar esos momentos ácidos de su vida.
Las cenas ya no son comida como en los tiempos de la casa, pero infeliz no me siento, me siento delgado de saber que mi estómago sabe que no está con mamá, pero estoy conmigo.
Tengo dos jeans desde hace más de seis meses, no necesito más, los polos pueden esperar y las casacas y chompas pueden cambiarse por amor que calienta en las noches y al despertar. ¿Para qué necesito ropa si de vez en cuando tengo corazón?
No quiero tener celular porque me saca de mi realidad, prefiero llamar de teléfono público con veinte céntimos o timbrarle a mi reina para que salga del trabajo, dos timbradas que significan “estoy aquí” y una que significa “tardaré”, es hermoso el lenguaje de los misios y el de los bolsillos rotos.
Mi novia entiende mi pobreza porque seguro encontró alguna riqueza en mí, no tengo nada que ofrecerle, pero mucho que regalarle: una rosa robada del parque, un escrito en la cama que dice: “Te extrañaré todo el día” o una cena de arroz con huevo para cuatro: ella, yo y nuestras almas.
Cuando salimos a pasear el amor nos guía, miramos ropa sin comprarla, pero soñamos que la tendremos, creemos en el “algún día” y luchamos para que ese día no demore y esté a la vuelta de nuestra esquina, al lado del parque en el tercer piso del amor.
Es cierto, el dinero es importante, pero más que el dinero que se hace es importante el momento de hacerlo y de cómo hacerlo, es importante el corazón con el que lo haces, es importante la historia que tienen esas monedas, esos billetes y esos cheques, esa tarjeta que día a día se queda sin tantos fondos que los boxers hasta rotos están.
No tengo dinero y no sé si algún día lo tenga, pero si el destino me lo pone en el camino seguiré comprándome mis dos jeans al año, los polos del mismo color en Gamarra y dejaré el celular en casa con intención para no olvidarme del mundo y ver por la ventana de la combi lo que pasa a mi alrededor y saber que las nubes tienen figuras de animales, de colores, de delfines inteligentes y hasta de mamuts extintos pero con tanto amor que gritan desde su extinción: “Aquí estamos, aunque nos quieran olvidar”.
¿Alguien me presta “china” para el pasaje?
ความคิดเห็น