top of page

El tutor imperfecto

  • Alfonso E. Bocanegra Gamboa
  • 25 abr 2017
  • 3 Min. de lectura

No tengo ánimos de padre, en algún momento decidí no serlo, pero desde el día que imaginé a Morgana me sobran las ganas de practicar y ver si en una de esas la chunto.


No quiero perder la cabeza en un accidente, prefiero perderla por amor, por amor a mi niño que no dejo de ser, por amor a los niños que crecen al lado mío. No pierdo la esperanza de creer que alguno de ellos me recuerde en su camino y me diga al final o al inicio de mis días: “Profe, de puta madre”.


Gracias a ellos soy lo poco que soy, porque creyeron que la locura puede ir de la mano con su educación y volar el día en que se vuelva cerdo y caminar de cabeza cuando queramos ser jirafas, ahondar en un mundo bastante extraño en donde las realidades sean capaces de oír el canto de un bebe como si fuera la mejor sinfonía, algo así como escuchar a Mozart.


Ellos siempre fueron mi historia personal, mi vida por aquella que me toca vivir todos los días o el sol que me alumbra en las noches el día que la luna menguante se esconde para no decirme ni “a”, ni “b”, ni “ba” si lo sumamos, son ese extraño capricho del día por llegar a ser noche luego de las seis de la tarde.


La primera vez que entré a un aula fue extraño, no sabía qué hacer, pero tenía claro que algo tenía que hacer, algo diferente, algo que nunca me habían enseñado a mí en las aulas, que en aquel tiempo eran jaulas para mí, algo que me haga diferente, distinto o nada más maestro y no profesor.


Si decidí ser maestro no fue porque quería, fue porque lo tenía que hacer, porque mi alma no aceptaría otra profesión más que esta, porque no entraría jamás en una bata de doctor, en un terno de abogado o en un título de licenciado.


Es seguro que este mundo de cuerdos no está hecho para vagabundos, pero tampoco está hecho para humanos, este mundo es demasiado perfecto para seres imperfectos, es demasiada luna para que los soles vengan a quemarnos.


No quiero llorar en esta noche tan procaz, ni creer que he perdido una guerra que no jugué, las guerras no fueron inventadas en sones de paz, ni en vientos silenciosos que se creen paz para comprarse avioncitos de papel que cuestan guerra, las guerras no están hechas de cachaquitos, están hechas de mierda en la que toca envolverse.


Aún no soy lo que quiero ser, tampoco soy lo poco que creí a esta edad, soy algo, algo muy poco, algo muy corto, algo que me invita a soñar con más cosas, algo que me dicta, que me llama, que me escribe todos los días, algo que me enseña a creer en un mundo en donde gobiernen ellos:


- Los niños de tres años con su delicada manera de correr sin ser alcanzados.


- Los de primaria que esperan el timbre para ser libres, desde allí ya se acostumbran a los horarios y la vida que luego les tocará vivir.


- Los más grandes que ya creen que están en secundaria, sueñan y anhelan su vida luego del año, para que cuando estén allí sueñen su vida luego de cinco.


- Los de secundaria que ya piensan en la libertad de los 18, creyendo erróneamente ya ser libres


¿Ven que todos buscan la libertad en diferentes edades?


No soy pesimista, pero creo que la vida se divide en varias fracciones que toca vivir, que toca buscar, que toca esperar, la vida es en todo momento para ser vivida, tiene el derecho de ser vivida así seas imperfecto, así busques la perfección en todo momento, la vida tiene el deber de aceptarte como eres y con las ganas siempre locas de decir:


“Vamos por más, mañana el despertador sonará a las siete de la mañana”.


 
 
 

Comments


Featured Review
Vuelve pronto
Una vez que se publiquen entradas, las verás aquí.
Tag Cloud

© 2023 by The Book Lover. Proudly created with Wix.com

  • Grey Facebook Icon
  • Grey Twitter Icon
  • Grey Google+ Icon
bottom of page