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Gera

  • Alfonso E. Bocanegra Gamboa
  • 15 may 2017
  • 3 Min. de lectura

No he podido comprarte el cubrecama que siempre quisiste, ni los zapatos para que vayas a ver a tu dios los sábados por la noche, tampoco compré rosas porque ninguna tenía tu nombre y los chocolates no te gustan porque la diabetes asoma por tus lares.


Tengo miedo de caminar por las calles hoy domingo día de la madre y recordarte en alguna de las frases que andan por ahí, en algún caminante que grita a voz en cuello que ama a su madre o cualquier persona que canta algo para mamá, tengo miedo de caminar, porque sé que con hijos como yo, quizá hubiese valido la pena no tener hijos.


No he podido tampoco llevarte nada a casa, es más, fui a gorrearte el almuerzo y darte un abrazo, dijiste que para ti mi presencia era suficiente, pero para mí tu ausencia a veces carcome mi cabeza por tantas lágrimas que derramaste y derramas en mi nombre, como novia esperando a su novio, los días en donde te digo que iré y me ausento.


Seguramente este domingo vas a preparar tus tamales y me guardarás dos para mi casa, jugarás con tu perrita nueva y te divertirás con tus nietos que tanto te aman y tus hijos que tanto te adoran, no por sorpresa o por trillar la frase, sino porque quieren, pueden y lo deciden.


Cuando era niño me diste de comer hasta el hartazgo, y ahora veo los resultados, me regalabas una galleta del almuerzo y un pan con mantequilla después de la cena, te olvidabas de ti y hasta decías que no tenías hambre, no te dabas cuenta que en la madrugada me levantaba y te veía raspando las ollas para poder comer el cocolón que le quedaba al arroz.


No fuiste maestra de escuela, pero fuiste muchas maestras a la vez para tus cuatro hijos, nos diste algo así como un doctorado en amor, una licenciatura en respeto y un diplomado en “cosas que no se deben hacer” y la mayor de ellas fue: No hacerle daño a nadie.


En el camino estamos para equivocarnos y tú también lo has hecho, nos gritas todos los días que sabes lo que has criado y yo me respondo también todos los días, que uno mismo no termina de conocerse.


Nos diste más que vestimenta en los días de frío, no regalaste a cada uno una olla cuando nos fuimos de la casa, platos, alguna mesa y todo tu amor empaquetado y guardado en la caja que la mudanza olvidó, pero que llevamos poco a poco cada vez que vamos a verte.


Ahora que estás sola por allá, papá te acompaña un poco más, la tienda se ha vuelto un refugio seguramente y “Epis” llegó en el momento que tenía que llegar, es decir en el momento preciso para alegrar tus tardes con sus ladridos y tus mañanas con sus besos.


Seguramente ya no lloras todas las noches por los hijos que se fueron, ahora con tus ojos medio brujos caminas por la casa y miras nuestros cuartos con nostalgia, sabiendo siempre que tus palabras no cayeron en saco roto, que tus acciones por la vida no solo se hicieron por ti, sino para dar el ejemplo a muchas personas que con tu vida podrían escribir más que un libro.


No hay razones para felicitarte, porque las felicitaciones se dan a quién espera algo a cambio, tu nunca esperaste ni esperas nada, porque la vida para ti es un juego de azar, con un hombre a cuestas entre idas y venidas, pero presente, con unos hijos que te han sacado canas hasta en la nuca, con tus ideas y tu dios que te espera, que te abraza y te apaña para que no te sientas sola.


Aguarda un poco más que vengo cambiando mi mundo, que vengo rozando con mis manos poco a poco la gloria de la que tanto te hablé, para que tus palabras en mí no se vayan por el inodoro y no me busques en la alcantarilla.


Lucho cada día con tu nombre en mis zapatos y recuerdo la frase más magnifica que me han dado en la vida:


“Llévate todo lo que quieras de la casa, pero mi corazón no te lo vas a llevar, porque siempre estuvo contigo”.


Te amo Gera, este domingo voy a comprarte tres tamales.



 
 
 

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