Cuando una familia se rompe
- Alfonso E. Bocanegra Gamboa
- 30 may 2017
- 3 Min. de lectura
Cuando una familia se rompe no hay que ponerse triste, a veces las razones de la vida solo se gastan un poco y es mejor dejar de lado lo que no se puede presionar, porque lo forzado siempre será malgastado.
Cuando una familia se rompe toca esperar, esperar que los eslabones de la cadena se quieran volver a soldar, que los caminos quieran volver a unirse para llegar a ser como siempre ese parque lleno de juegos que antes era o simplemente buscar un nuevo camino en donde podamos ser felices.
Cuando una familia se rompe no hay que buscar culpables, porque los culpables ya tienen suficiente con su propia culpa, en la vida hay una señora deuda al final del camino de nuestras propias vidas que nos cobrará con intereses lo que hicimos y nos dirá si fuimos buenos o malos.
Cuando una familia se rompe no hay que poner niños de por medio, no hay que tenerlos como escudo cuando no podemos ni siquiera construir nuestra propia armadura, los niños son niños y les toca serlo, los adultos son adultos y deben saber que lo son.
Cuando una familia se rompe debemos llorar escondidos, sin que nadie se dé cuenta, tenemos los baños de la casa, los parques de la cuadra (para eso también están hechos los parques) o simplemente las puertas, un momento de soledad al lado de la almohada siempre es bueno, para luego de unos minutos salir, tomar aire y lavarse la cara, la vida es aquí y ahora y hay que vivirla, ya habrá tiempo de llorar y descansar cuando nos vayamos.
Cuando una familia se rompe hay que esperar, que siempre las palabras pueden curar, así como también pueden dañar, las palabras son algo así como un amuleto que hay que saber usar, nunca deben ser usadas cuando se está muy contento o cuando se está muy triste, porque tienen efectos irremediables.
Cuando una familia se rompe no podemos hacer más, debemos mirar el mundo con otros ojos que no sean los de siempre, colocarnos una coraza de fortaleza y un casco de buen humor, salir al mundo con la cara lavada, porque nunca sabemos quién nos quiere mirar mal y le estaríamos haciendo un bien.
Cuando una familia se rompe pongámonos de pie al lado de una bandera blanca para agitarla cuando toque hacerlo y creer que podemos ganar las guerra sin más armas que el amor, el amor por la familia que una vez fue nuestra fortaleza y que ahora lo seguirá siendo porque sigue siendo nuestra familia pero en otro estado como el agua; sólido para los momentos fuertes, gaseoso cuando tenga que caminar por el mundo y líquido para dejarlo correr cuando tenga que irse.
Cuando una familia se rompa, no hay que ponerse triste, ni llorar, ni pensar que esto se queda así, solo creer que el mundo tiene momentos en donde nos reta para ser fuertes y tomar decisiones, y nuevamente creer que somos fuertes en todo momento, hasta en esos momentos en donde no podemos más, tomar un suspiro y decir: “Mi familia es una familia, tiene sus altas, sus bajas y sus peores”, saber que puede revivir como el ave fénix o saber tener las agallas para enterrarla, cuando el muerto ya no puede resucitar, no todos somos Jesucristo.
Cuando una familia se rompe nos hace más fuertes para salir adelante y saber un día cualquiera construir nuestra propia familia con muros más sólidos y raíces mucho más fuertes.

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