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Si no fueras Morgana

  • Alfonso E. Bocanegra Gamboa
  • 12 jun 2017
  • 3 Min. de lectura

Perdóname, no voy a enseñarte a jugar fútbol, ni saldremos al parque a corretear con la pelota porque no sé hacerlo y a veces los viejos son un poco reacios a aprender cosas de niños, pero si te ocurre pedirme que lo haga contrataré al mejor director técnico de fútbol para que te enseñe a ser el mejor jugador del barrio y que te enseñe a ser Cubillas con las ganas de leer de Borges.


Si un día vienes del colegio diciendo que te han golpeado no seré como mi padre que siempre me decía: “Si te pegan, pégale hijo”, te miraré a los ojos muy profundamente y sonreiré contigo mientras te curamos el moretón de la cara hablaremos de los golpes tan fuertes de la vida que nos hablaba Vallejo y resolveremos el problema inteligentemente, es decir con la palabra, nuestra más grande amiga, entonces al otro día anudaremos las zapatillas de quién te golpeó y nos reiremos en casa de la broma, la inteligencia es el don de unos cuantos y no de todos, te enseñaré a ser pacifista, pero no cojudo.


Cuando te enamores seguramente como todos, te vas a equivocar, mandarás cartas anónimas o mensajes en el celular con emoticones bastante extraños, me pedirás consejos para enamorar y seré el peor consejero del mundo, quizá te ayude a escribir algo para que tu chica, quizá tu chica se enamore de ti por el escrito, pero tienes que ser sincero, el amor no se oculta, se dice con la verdad y cara a cara, llora si quieres por tu primer corazón roto, que ahí estaré para darle de tomar jarabe.


No sé qué se te ocurrirá hacer con tu vida, quizá mecánico, ingeniero, doctor, periodista, árbitro de fútbol o barrendero, debe ser complicado vivir con un hombre siendo uno hombre, debe ser difícil vivir conmigo y convivir a mi lado, pero lo que decidas lo respetaré así se te ocurra seguir mis pasos y seguir tus sueños, pensaré que tus sueños son los míos y te empujaré a cumplirlos.


Seguramente un día te irás de la casa y me sentiré como el día en el que llegaste, con tanto frío y con ganas de llorar, llorar por todo y te protegíamos por ser el más pequeño, lleno de sueños y de grasita de la placenta, lleno de amor y de excremento en el pañal, todo arrugado pero con ganas de vivir, el día que te vayas te diré lo mismo que me dijo tu abuela: “Así como te di la vida, hoy te doy las alas para que vueles por el mundo, pero no lo olvides te estaré mirando por el telescopio que tengo en mi corazón”.


Si el destino decide no hacerte Morgana y convertirte en Joaquín o Gonzalo, en Francisco o Mateo, en Jesús o Pedro o si me vuelvo loco por un momento y decido ponerte Judas, buscaremos juntos tu destino, de la mano cómo se hacen las cosas que más amamos, te diré todos los días que si puedes lograrlo y confiaré que me escuchas a cada instante en la felicidad de tu amor por nosotros.


No quiero ser el padre perfecto, tampoco busco ser un padre ejemplar, pero lo que me toque llevar en la espalda lo llevaré como mochila que decide ser cargada por las ganas de amar y ser amado, por el amor a mi familia que he formado y por el bienestar tuyo mi pequeño niño del amor que ha nacido y que desde el día que des tu primer grito te buscaré para salir a jugar pelota, ¡te engañé!, aprenderé a jugar por ti, no seré un Ronaldo ni un Messi, pero por ti podría convertirme en Neil Anstrong si es posible, porque serás mi hijo y nunca podría decirle NO, a quién tantas veces soñé en decirle SI a todo lo que él quiera para cumplir cada uno de sus sueños, que desde el primer grito serán los míos también.



 
 
 

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