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Cuando nazca Morgana

  • Alfonso E. Bocanegra Gamboa
  • 5 ene 2018
  • 3 Min. de lectura

Cuando nazca Morgana tendré una hija y recuperaré una esposa, cambiaré los dolores lumbares por cambios de pañales que me cuentan que son casi una decena diaria, ganaré dos mujeres nuevas, una nueva que debo conocer y una vieja que volverá a ser nueva y toda para mí (y para ellas).


Cuando nazca Morgana caminaré por los pasillos del hospital que ya conozco (“Perinatal Pabellón B”) preguntando a cuanto doctor pase por el camino si mi bebé ya está en este mundo, no me importa saber si todos los de bata son o no doctores, porque haré la pregunta muchas veces, hasta que me tinque alguno que me diga: “Tu hija ya respira nuestro oxígeno”.


Cuando nazca Morgana miraré a Karen por alguna ventana, cansada e ida por tanta lucha por traer vida a esta vida, la miraré de lejos sin decirle nada, ni una palabra, pero mi mirada dirá muchas cosas, entre ellas: “Gracias mi amor, por darme mi nuevo corazón que ahora late en el cuerpo de mi hija”.


Cuando nazca Morgana miraré sus ojos negros claritos y ella me mirará seguramente preguntándose quién es este señor de la barba larga que me mira con ojos de huevo frito, le diré despacito y al oído que soy su padre y lloraré, porque me sentiré completo, entero y extremadamente emocionado porque encontré por fin mi media naranja, esa por la que rezaba cuando era niño y hoy la encuentro en mi propia hija.


Cuando nazca Morgana olvidaré el sueño pero no mis sueños, dormiré poco y escribiré más, al lado de su cuna y al lado de mi alma, meciéndola para que duerma, seré el centinela de sus bostezos, el protector de sus gestos y el guardián de sus sonrisas, seré todo lo que ella quiera que sea para que esté bien y no se quiera ir cuando se entere que este señor que la cuida es su padre.


Cuando nazca Morgana la miraré detrás de su cuna, la buscaré miles de veces, me convertiré en el hombre que más sabe sobre cómo respiran los bebés, como se mueven, como van al baño y como lo hacen todo, seguramente como bebés y como angelitos pequeñitos que te cuidan sin saber que lo hacen. Será mi ángel pequeño, el que más me cuida de los malos, de los buenos y de los que no me quieren ver.


Cuando nazca Morgana no la cargaré un buen tiempo, tengo miedo, tengo miedo de pensar que podría hacerle daño, que podría ser yo quién le haga daño, porque para hacerle daño ya habrán muchas personas y seré yo quien cure sus heridas pero jamás quien le haga daño, por eso no quiero cargarla para esperar a que sea más fuerte y me pueda tomar con sus pequeñas manos hasta apretarme el meñique diciéndome con todas y sus pocas fuerzas: “Te amo papá, aunque no pueda hablarte”.


Cuando nazca Morgana no solamente seré feliz, sino encontraré algo diferente a la felicidad, algo que seguramente no sabía que existía en mí, algo que nacerá no de mí (que envidia con la madre) pero vino de mí y se hará grande y hermosa, hermosa y grande para que mi corazón bombee al verla con más fuerza y pueda decir desde el primer latido: “Hola mi amor, este latido será para ti, desde hoy y para siempre, aun cuando deje de latir por allí andaré, en el cielo o debajo de él pero siempre te miraré”.



 
 
 

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