Volver a escribir

Volver a escribir para poner nuevamente tu vida encima de una hoja vacía, una hoja en Word que no tiene respuestas, un cuerpo de Calibrí que se coloca por defecto y que quieres cambiar por afecto a la letra corrida, la que me enseñaron en la primaria con el Palmer del uno al diez.

Volver a escribir sintiéndome un poco Dios de vez en cuando, sabiendo que soy una cucaracha que necesita autoestima en este mundo en donde creen que he muerto por una explosión, pero no se dan cuenta que solo me mataría un pisotón, volver escribir sintiéndome puma y como diría el maestro, haciendo que me salga espuma en cada palabra, verso y matices de palabras que no sé cómo contar.

Volver a tomar la palabra en un poema, en un cuaderno que nadie lee, en un borrador de Wattpad que pronto quiero publicar o en un proyecto de libro que no sé cómo sacar, pero que quiero que salga.

Volver a escribir para sentir que vivo y conocer a mis amigos los poetas benditos que saben cuál es su dirección, pero prefieren tomar las rutas alternas para recolectar mejores historias en sus versos malformados por la vida o la amada que no encuentran, prefieren dormir en un bar, a amanecer en cualquier boulevard, pero siempre al lado de la poesía, la mejor compañía para tiempos de atardeceres sin poetas.

Volver a escribir y traficar con las letras aunque ellas no quieran ser sacadas del papel, obligar a Benedetti a despertarse de su sueño eterno y convencerlo en reparar esa esquina que en primavera rompieron, o dormir cien años acompañando a Gabo en su soledad y tomarme un botella de ron con Bukowski abrazando a mi padre, mirando las últimas potrancas de las dupletas de los domingos en Monterrico.

Volver a escribir para escuchar los gritos silenciosos de mi padre cuando encontraba mis poemas en la biblioteca de la casa, diciendo que perdía el tiempo, o escuchando a mi madre decir: “Yo también escribía poesía cuando era niña, pero no le digas a nadie”.

Volver a escribir dándome tiempo en todo y pensando que siempre hay tiempo para nada, las veinticuatro horas del día se acortan cuando tienes mucho que hacer y se vuelven tan largas cuando tienes tan poco por recorrer. Tener una disciplina, como dicen los grandes maestros, para no convertirme en un escritor de domingos y feriados o de tiempos muertos para resucitar esos tiempos.

Volver a escribir y actualizar la vida como quién actualiza su propia página de Facebook o actualiza su lista de contactos en WhatsApp, para que solo los elegidos vean tus victorias en estados y tus derrotas a su lado. No saludes al día ni al mes, que no tienen boca ni oídos, salúdate tú y saca adelante a esos días y a esos meses.

Volver a escribir y sentirme feliz porque regreso a donde nunca me he ido, aunque no me siente en un escritorio a transmitir lo que pienso, lo que siento o lo que vivo, nunca me he ido, porque me doy el tiempo de vivir y sentir por mí mismo, porque me doy el tiempo de creer en mí aprovechando este mundo que no cree en nadie, creer en mí sabiendo cuantas veces al día puede uno morir y sobrevivir, sabiendo que aunque nademos contra la corriente, esa corriente puede ser nuestra amiga en unas palabras y en hechos en donde le pongamos peces que dialogan y no se escapan a dormir en sus laureles.

Volver a escribir e imaginar melodías que le pone fondos musicales al día a día, escribir pensando en uno y creyendo que varios pueden pensar lo que yo, escribir soñando y saber que ese sueño se puede hacer realidad, aunque sea en esta vida, aunque sea en la siguiente muerte o inventando muertes de uno en un papel que solo leeré yo, pero que para mi vida, es suficiente.

Volver a escribir, para no morir y resucitar siempre en cada libro que dejo, para la eternidad o para la siguiente vida que siempre será digna de ser bien vivida, escribiendo.